martes, 26 de abril de 2011
Farbuzallada
viernes, 11 de marzo de 2011
Hospital General
martes, 15 de febrero de 2011
EL lector perezoso
''Seamos perezosos en todo, excepto en amar y beber, excepto en ser perezosos"
Gotthold Ephrain Lessing (1729-1781)
Un hombre con traje gris entra con pasos largos a una inmensa librería. Va directamente al mostrador central donde un joven empleado está leyendo. El hombre de traje no se permite a sí mismo esperar. Sin hacer contacto visual pero con voz grave dice: Estoy buscando este libro… (Muestra una tarjeta blanca marcada con los datos del ejemplar.) Es una selección con los mejores 100 fragmentos de los mejores 100 libros –explica-. Mecánicamente el chico despega los codos del mostrador, pone el separador en su libro y toma la tarjeta. La revisa por ambas caras. Se rasca la cabeza dubitativo. Una vez de pie, gira despacio, muy despacio sobre su propio eje mirando como el primer día los enormes anaqueles repletos de libros que acarician el techo y piso del lugar, hasta de pronto encontrarse de nuevo con la mirada desesperada del hombre gris. Volviendo en sí, caballo que sacude la crin, el muchacho entrega respetuosamente a su propietario la tarjeta, baja la mirada hasta topar con sus gastados tenis y dice: Señor, no quisiera parecer indiscreto sabe, pero me gustaría hacerle una pregunta, muy sencilla a mi ver y que seguro a alguien tan exitoso como usted no le molestará responder… Orgulloso en su papel, mono besando al espejo, el hombre hace un discreto movimiento de cabeza que significa“continua”. Jubiloso el joven dispara: dígame… cuánto tiempo le dura a usted un orgasmo. La sorpresa no admite solemnidad, es invierno en la nuca, las cejas están exiliadas de la frente, el hombre no puede oculta su pasmo, su vergüenza.Una combinación de colores -su rostro- la cantidad de emociones por las que transita. Desarmado ante la improvisación, figura hecha de repeticiones, empleado de la rutina que ve en la salida su salvación. Regresará luego… cuando haya tiempo...
El chico mira su reloj de pulsera. Faltan tres horas para que termine su turno. Exhala, quita el separador de su libro, vuelve los codos al mostrador y lee.
viernes, 29 de enero de 2010
La Patria vista desde dentro
De nuevo viernes.
Ayer en Guatemala 18 concluyó el ciclo de conferencias titulado “La creatividad redistribuida”. Antes de la última ponencia, a eso de las 22 horas decidí volver a casa. Como en los días anteriores me sorprendió la belleza de un Centro histórico que por las noches no adolece de basura en sus banquetas, o de puestos que impidan el paso. Ya no estaba el hombre que cada tarde vi gritar mensajes como: ¡el día está cerca, pronto el reino de Cristo renacerá y todos los pecadores sufrirán, arrepiéntanse de sus pecados, aún hay tiempo!, en su lugar vi grupos de personas bailando al ritmo del tépu. Algunos ataviados con penachos y otros de corbata y camisa, juntos bailaban nietos y abuelos. A pesar de la fría noche, varios de ellos llevaban únicamente pantalón de manta para cubrirse. Me tomé un rato para admirarme del mismo lugar del que horas atrás escapé. Por vez primera contemplé el alumbrado de los edificios que rodean al zócalo como si no fueran parte de esta ciudad. Cuando me dirigía al metro, descubrí que de Palacio Nacional salían soldados marchando, los primeros cuatro llevaban sobre sus manos anuncios de “Alto”, para detener el tráfico mientras los del segundo grupo cruzaban con las manos libres , estos a su vez eran escoltados por el tercer segmento, en el que cada uno cargaba un rifle. Una vez que cruzaron hacia la plancha central, los armados formaron un doble barandal que en línea recta conectaba al asta con la puerta del Palacio, los cuatro de señalización miraban de frente la bandera al tiempo que sus compañeros se ocupaban de tomar sobre sus hombros el rollo tricolor recién formado. Mientras lo hacían, me di cuenta que detrás de mí, tres oficiales vestidos de negro saludaban a la bandera –de hecho eran los únicos en hacerlo- y de vez en cuando, el de en medio tobaba fotos con su celular. Minutos después se acercó a ellos una mujer de avanzada edad y pequeño tamaño, con voz rasposa les dijo: Pa’ que se hacen güeyes, cabrones, y como nadie respondió a tan inteligente pregunta existencial, ella se acercó a la valla de metal que los separaba pronunciando palabras que no entendí. Al ver la imagen de la pequeña gran mujer frente a esos oficiales no pude resistirme a captar el momento, pero sentía que alguien podría sentirse ofendido. Sabía que mi celular emite un chasquido con cada foto y que es imposible quitárselo, por lo que sería imposible pasar inadvertido. Nunca antes dude al tomar una foto, pero al final pensé que valdría la pena ver de nuevo esa imagen. Así que lo hice, las miradas cortantes de los de negro no eran un agradecimiento por enfocarlos y por ninguna razón sonreirían a la cámara, pero por suerte en la segunda foto ya no parecían molestos ni sorprendidos. La mujer siguió su camino directo a la puerta principal de Palacio Nacional, unos hombres de saco la detuvieron estando dentro indicándole que podía sentarse en el escalón aledaño, lo cual hizo. Mientras tanto, los soldados venían de regreso en el mismo orden en que antes salieron, sólo que ahora con la bandera nacional en sus hombros. En medio de la noche, la serpiente tricolor era recibida en hombros en Palacio Nacional. El himen de la Patria era puesto en manos castrenses. Una anciana lo ve todo desde dentro, por eso son sabias sus palabras.