martes, 26 de abril de 2011

Farbuzallada

Farbuzallar. El origen de la palabra es aún incierto. La usamos comúnmente como "tontear, errar o fallar". Su historia no deja de ser sorprendente.

Como con tantas otras de nuestras expresiones, existe una gran cantidad de teorías -algunas de ellas incluso contradictorias entre sí- que sugieren un origen común con la expresión farfullar (que significa "hablar rápido, de manera confusa") mas diversos especialistas niegan esta versión puesto que, dicen, son "etimológicamente incomplatibles".

John Keller investigador a cargo del departamento de Lengua y Literatura de la Universidad de Cornell West, en Inglaterra, opina "el origen está en la palabra farbutza que en arameo significa algo así como cáscara o desecho... Sabemos que las personas llamaban farbetzo a quienes recogían los desechos de otros, como nuestros actuales empleados de limpia, pero cabe señalar que a diferencia de nosotros, ellos en realidad no elegían dedicar su vida a esas labores sino que eran prácticamente obligados por el clan... Desde pequeños alimentaban deficientemente a tales individuos y su educación era básicamente una forma de prepararlos para el trabajo que cumplirían por el resto de sus vidas, por si esto fuera poco, les inculcaban modelos muy estrictos de interacción con sus iguales y máxime con los grupos dominantes que provocaban un aislamiento generalizado."

Actualmente la palabra farbuzallada es utilizada como sinónimo de tontería. Cuando le preguntamos al profesor Keller cómo es que llegó a esta acepción, responde: "el camino seguramente es más largo de lo que podríamos pensar" pero "se cree -y aquí es donde los investigadores aún no concuerdan- que eran considerados tontos por cumplir con esas tareas, o quizá también porque se creía estaban predispuestos a ellas. Otros datos nos hacen pensar que el grupo dominante los nombraba así para legitimar su estatus. Por otra parte, podría también ser una forma de reconocer una cualidad innata, una especie de incapacidad prenatal que los marcaba de por vida para ser empleados al servicio de la clase superior...

Yo por supuesto no creo en esta última -enfatiza Keller con el dedo índice- pero es interesante ver cómo en algunas de nuestras sociedades antiguas los individuos eran adoctrinados desde la cuna para creer que toda su vida sería el resultado de fuerzas incomprensibles, prenatales y extrahumanas, de las que difícilmente podrían liberarse. Toda nuestra historia podría ser leída a través de esa metáfora.

viernes, 11 de marzo de 2011

Hospital General



La lluvia cae pero sólo a veces nos moja. Quizá nadie en este túnel que nuestro vagón del metro atraviesa lo sepa, pero afuera justo arriba de sus cabezas comenzó a llover.

Nadie excepto Juan, que es una especie de medium climatológico pero que no resalta entre los demás tanto así que algunos al salir lo empujan en cuanto se abren las puertas en la estación Hospital General. Mientras él se reincorpora mira acercándose con pazos largos a una joven monja que se introduce al vagón -ahora semi vacío- y una vez dentro lanza con gritos una pregunta al improvisado auditorio: ¿quién de los aquí presentes será el primero en cederme un asiento? Apenas lo dice deja envueltos a todos en un silencioso frío mismo que pagan con miradas expectantes los unos a los otros.

Al fondo del vagón va sentado Ernesto de 35 años, trabajador de una aseguradora que lo obliga a utilizar corbata y camisas de manga larga incluso en primavera. Él no sabe nada de lo que está pasando, lleva puestos los audífonos de su iPod-Nano color púrpura que le permiten alejarse aunque sea momentáneamente de todo lo demás de una manera chick ves? En otro asiento, justo detrás de la monja está Lucia, hija única de Marisol de 25. Tiene apenas cuatro años, los mismos que lleva casada su madre con Roberto -alias "El Rob" para regocijo de la creatividad- que es licenciado en Comunicación por la UNAM generación 1994-2000 y trabaja en una compañía encargada de hacer encuestas de mercado contratando jóvenes de entre 18 y 25 años con las tardes libres para trabajos sencillos, favor de comunicarse con la Licenciada Carmen al número 54 34 3378. Mañanas.

La licencia Carmen Bermúdez, mujer gorda de 40 años aquejada por la celulitis y que, desde ya, teme su inminente entrada a la menopausia odia a esos niños que entre los semáforos suben al cofre de su camioneta color arena para lavarle el parabrisas puesto que alguno de ellos debió aboyarlo, tal como le hizo creer a su esposo cuando éste, varios días después, notó un golpe en la fascia delantera consecuencia de esa abominable tarde que iniciaron las rebajas de invierno en que calculó mal la distancia entre el café arena de una Voyaguer 2010 y el gris cemento de la columna marcada con la letra “E” en el estacionamiento del Mall. Por tales niños dejó de tomar Avenida Patriotismo los miércoles en las tardes cuando se reúne con sus amigas de la preparatoria para tomar café y platicar de absolutamente nada que pudiera ofender a alguna de ellas, so pena de ser exiliada, pero Carmen no soportaría separarse de sus amigas, las únicas que verdaderamente la entienden. No es que le importe su imagen, es que no concibe vivir de otra manera por lo que mes con mes invierte con placer en peinados y maquillaje más de lo que Esteban, estudiante de Creación Literaria en la UACM plantel Del Valle que ahora mismo cede su asiento a una joven monja con tacones, gastaría o ha gastado en fotocopias en los últimos 2 semestres.

martes, 15 de febrero de 2011

EL lector perezoso

''Seamos perezosos en todo, excepto en amar y beber, excepto en ser perezosos"

Gotthold Ephrain Lessing (1729-1781)


Un hombre con traje gris entra con pasos largos a una inmensa librería. Va directamente al mostrador central donde un joven empleado está leyendo. El hombre de traje no se permite a sí mismo esperar. Sin hacer contacto visual pero con voz grave dice: Estoy buscando este libro… (Muestra una tarjeta blanca marcada con los datos del ejemplar.) Es una selección con los mejores 100 fragmentos de los mejores 100 libros –explica-. Mecánicamente el chico despega los codos del mostrador, pone el separador en su libro y toma la tarjeta. La revisa por ambas caras. Se rasca la cabeza dubitativo. Una vez de pie, gira despacio, muy despacio sobre su propio eje mirando como el primer día los enormes anaqueles repletos de libros que acarician el techo y piso del lugar, hasta de pronto encontrarse de nuevo con la mirada desesperada del hombre gris. Volviendo en sí, caballo que sacude la crin, el muchacho entrega respetuosamente a su propietario la tarjeta, baja la mirada hasta topar con sus gastados tenis y dice: Señor, no quisiera parecer indiscreto sabe, pero me gustaría hacerle una pregunta, muy sencilla a mi ver y que seguro a alguien tan exitoso como usted no le molestará responder… Orgulloso en su papel, mono besando al espejo, el hombre hace un discreto movimiento de cabeza que significa“continua”. Jubiloso el joven dispara: dígame… cuánto tiempo le dura a usted un orgasmo. La sorpresa no admite solemnidad, es invierno en la nuca, las cejas están exiliadas de la frente, el hombre no puede oculta su pasmo, su vergüenza.Una combinación de colores -su rostro- la cantidad de emociones por las que transita. Desarmado ante la improvisación, figura hecha de repeticiones, empleado de la rutina que ve en la salida su salvación. Regresará luego… cuando haya tiempo...

El chico mira su reloj de pulsera. Faltan tres horas para que termine su turno. Exhala, quita el separador de su libro, vuelve los codos al mostrador y lee.

viernes, 29 de enero de 2010

La Patria vista desde dentro

De nuevo viernes.

Ayer en Guatemala 18 concluyó el ciclo de conferencias titulado “La creatividad redistribuida”. Antes de la última ponencia, a eso de las 22 horas decidí volver a casa. Como en los días anteriores me sorprendió la belleza de un Centro histórico que por las noches no adolece de basura en sus banquetas, o de puestos que impidan el paso. Ya no estaba el hombre que cada tarde vi gritar mensajes como: ¡el día está cerca, pronto el reino de Cristo renacerá y todos los pecadores sufrirán, arrepiéntanse de sus pecados, aún hay tiempo!, en su lugar vi grupos de personas bailando al ritmo del tépu. Algunos ataviados con penachos y otros de corbata y camisa, juntos bailaban nietos y abuelos. A pesar de la fría noche, varios de ellos llevaban únicamente pantalón de manta para cubrirse. Me tomé un rato para admirarme del mismo lugar del que horas atrás escapé. Por vez primera contemplé el alumbrado de los edificios que rodean al zócalo como si no fueran parte de esta ciudad. Cuando me dirigía al metro, descubrí que de Palacio Nacional salían soldados marchando, los primeros cuatro llevaban sobre sus manos anuncios de “Alto”, para detener el tráfico mientras los del segundo grupo cruzaban con las manos libres , estos a su vez eran escoltados por el tercer segmento, en el que cada uno cargaba un rifle. Una vez que cruzaron hacia la plancha central, los armados formaron un doble barandal que en línea recta conectaba al asta con la puerta del Palacio, los cuatro de señalización miraban de frente la bandera al tiempo que sus compañeros se ocupaban de tomar sobre sus hombros el rollo tricolor recién formado. Mientras lo hacían, me di cuenta que detrás de mí, tres oficiales vestidos de negro saludaban a la bandera –de hecho eran los únicos en hacerlo- y de vez en cuando, el de en medio tobaba fotos con su celular. Minutos después se acercó a ellos una mujer de avanzada edad y pequeño tamaño, con voz rasposa les dijo: Pa’ que se hacen güeyes, cabrones, y como nadie respondió a tan inteligente pregunta existencial, ella se acercó a la valla de metal que los separaba pronunciando palabras que no entendí. Al ver la imagen de la pequeña gran mujer frente a esos oficiales no pude resistirme a captar el momento, pero sentía que alguien podría sentirse ofendido. Sabía que mi celular emite un chasquido con cada foto y que es imposible quitárselo, por lo que sería imposible pasar inadvertido. Nunca antes dude al tomar una foto, pero al final pensé que valdría la pena ver de nuevo esa imagen. Así que lo hice, las miradas cortantes de los de negro no eran un agradecimiento por enfocarlos y por ninguna razón sonreirían a la cámara, pero por suerte en la segunda foto ya no parecían molestos ni sorprendidos. La mujer siguió su camino directo a la puerta principal de Palacio Nacional, unos hombres de saco la detuvieron estando dentro indicándole que podía sentarse en el escalón aledaño, lo cual hizo. Mientras tanto, los soldados venían de regreso en el mismo orden en que antes salieron, sólo que ahora con la bandera nacional en sus hombros. En medio de la noche, la serpiente tricolor era recibida en hombros en Palacio Nacional. El himen de la Patria era puesto en manos castrenses. Una anciana lo ve todo desde dentro, por eso son sabias sus palabras.

viernes, 22 de enero de 2010

Uno (círculo de la A a la Z)

Ahora es más tarde. Por alguna razón -que aún desconozco- las ganas de escribir me atrapan a muy altas horas de la noche. Tal vez sea porque en casa nadie hace ruido a las 2:30a.m.Nadie exceptoyo.

No sé realmente si de este blog saldrá una idea interesante -lo más probable es que no- lo abrí para descubrir si puedo -o no- escribir de manera constante. Por ejemplo, cada semana. Hasta ahora sólo escribía cuando se me daba la gana -y ella es noctámbula además de imperativa-. (Aunque puede que sea la luna quien me inspire... nah eso suena muy kitsch, y además, de día la luna no lo hace)

Debe ser el silencio... sí porque de él germinan las palabras, como esas arañas que son encubadas en el cuerpo de su madre y al nacer se lo comen. El silencio es necesario para que existan las palabras, tal como los espacios en blanco que veo al escribir esto. En cuanto nacen las hijas palabras destruyen a la madre silencio, pero al hacerlo reinician el ciclo. Pero pensándolo bien, no sólo mi casa, esta ciudad es demasiado ruidosa, como si fuera una batalla por callar al otro.

Alguna vez leí que las personas cantan más fuerte la letra de canciones con las que se identifican, suena lógico, es decir, yo lo hago, lo interesante es la idea de que a quien se lo gritan no es a otro sino a sí mismos, como si el mensaje fuera incomprensible para el cerebro, o como si una parte de él no lo quisiera escuchar y la otra parte, la gritona, quisiera ser escuchada. Tal vez las personas que ponen su música a alto volumen en la calle no necesariamente están buscando callar a los otros, sino que intentan escuchar su grito interno, comprenderlo, comprender(se).

¿Por qué escribo esto? Puede que esté intentando escucharme, pero también al hacerlo podría estar callando a los otros, al final, es en silencio donde escribo ¿cierto?, ¿o es para ver si puedo escribir con rutina?, podría ser también para saber si puede salir algo bueno de este blog, no lo sé, "estoy en donde estuve". Ahora es más tarde. Me voy a dormir. Que el sueño responda...